Cuando la solidaridad parece un sentimiento sesgado por el odio.
Hace unas semanas leía un interesante artículo de mi buen amigo Manuel Eráusquin sobre el placer de la lectura. Mencionaba él algunos autores que ha leído con mayor interés y delectación. Entre ellos aparecía el nombre de Mario Vargas Llosa. Algo, sin embargo, llamó poderosamente mi atención. No fue el texto –no es novedad el talento de mi amigo, sin duda–, fue el comentario de un anónimo que denostaba las cualidades literarias de nuestro Premio Nobel, acusando a Manuel de tener un juicio crítico cegado por una supuesta simpatía desmedida por MVLL. No todos tenemos que apreciar sus novelas, es verdad. El quid del asunto, no obstante, es que al seguir leyendo al espontáneo comentarista uno advierte la animadversión que en términos políticos despierta en él la imagen de Vargas Llosa. La ecuación resulta sencilla: un fujimorista considera enemigo político a MVLL y, por consiguiente, y sólo por ese factor, lo califica como un sobrevalorado escritor.
Esa incapacidad –o elección– de no separar aspectos diferentes de una persona con la que se discrepa no es, lamentablemente, algo fuera de lo común. Lo vemos en diferentes modalidades. Hace poco la ex alcaldesa de Lima, Susana Villarán, fue asaltada de manera violenta en plena vía pública. Puedo entender a aquellos que la tildan de “inepta” en la medida que consideran deficiente su gestión (en varios puntos puedo coincidir, incluso). Lo que no concibo es la nula sensibilidad ante la desgracia ajena. “No hizo nada por la seguridad ciudadana; ya tiene su castigo”, “por qué le van a dar seguridad si ya no es autoridad”: he leído y escuchado de personas aparentemente sensibles. Las mismas que lamentaron, como es debido, el asalto del que fue víctima Gastón Acurio.
Lo mismo podría decir de aquellos que malsanamente señalan que el cáncer que padece Alberto Fujimori es un castigo por todo lo que ha hecho (¿para eso no está el Poder Judicial que lo ha sentenciado a prisión como es debido?). O aquellos –religiosos incluidos– que dicen que los periodistas asesinados de la revista Charlie Hebdo se buscaron esa forma de morir por “burlarse” de las creencias de otros. Nunca compaginé con el tipo de humor de aquella publicación francesa –algunas caricaturas me han parecido burdas–, pero no se justifica, para nada, una respuesta criminal como la que hemos visto.
Hace mucho escuché decir a Aldo Mariátegui que si fuera por él, Miguel Grau –el caballero de los mares, como se le conoce– habría ido a juicio en el fuero militar por haber salvado la vida de varios combatientes chilenos que, rendidos e indefensos, iban a perecer en el mar. ¿Cuándo la solidaridad –entendiéndose para cualquiera, no sólo para nuestros pares– perdió su valor? Por qué tenemos que escuchar a un ministro, como el señor Urresti, criticar a la periodista Claudia Cisneros por apoyar a los jóvenes que pedían la derogatoria de la “ley pulpín”, argumentando que dicha ley no la incluía. Por suerte hay personas como Claudia que se preocupan por el bienestar del prójimo, por suerte hay bomberos voluntarios que no sólo arriesgan su vida para salvar la de otros –incluso para salvar a indefensos animales–. Por fortuna hay seres humanos para los que la frase “pensar y actuar con el corazón” no es una simple y vacía metáfora.
Carlos M. Sotomayor
(29 – Ene – 2015)
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