¿En qué momento los bárbaros se convirtieron en parlamentarios?
Recuerdo haber visto y también conversado con políticos referenciales, personajes provistos de una auténtica vocación de servicio al país y de un brillo intelectual que les ha permitido no solo articular un pensamiento -tan difícil para los políticos de hoy-, sino desarrollar una visión del país. Una visión que podría ser rebatida o aceptada. Eso es lo de menos, eran seres constituidos de prestancia y dispuestos a las réplicas intensas. Debates que nacían desde la inteligencia y eso uno lo agradecía: hoy se extraña.
No importaba que uno tuviera 10 o 12 años. Se percibía y se identificaba esa inteligencia. Así uno empezaba a agradecer que alguien hablara bien y argumentara sus ideas. Sin embargo, algo pasó, paulatinamente se fueron extinguiendo este tipo de personajes. Y cuando nos dimos cuenta fue demasiado tarde: los bárbaros ya habían llegado. El pensar bien y el hablar con lucidez empezó a cuestionarse, se le asociaba a la demagogia. Lo intelectual se convirtió en sospechoso.
Así ha transcurrido el tiempo y los debates parlamentarios empujan a la desesperación. La mayoría de estos congresistas exhiben una pobreza de evolución emocional e intelectual que desconcierta. Y uno piensa cómo esta gente puede desarrollar un trabajo de tanta responsabilidad, qué tipo de leyes diseñan para que sean legisladas. De esta forma, las preguntas surgen sin cesar, pero no hay respuestas.
Pero en mi caso me esfuerzo para aproximarme a ciertas conjeturas y mi memoria recurre a los años ochenta. En aquella época se escuchaba al diputado Roberto Ramírez del Villar desbaratar argumentos absurdos con la creatividad de su elocuencia. En 1992 terminó prisionero en su propia casa, cuando el 5 de abril Alberto Fujimori llevó a cabo el autogolpe. Un símbolo del acallamiento de la inteligencia. Los bárbaros llegaban para desterrar el diálogo.
Pero los recuerdos siguen y brillan las intervenciones de Fernando Belaunde Terry en la campaña presidencial de 1980, pero en esa contienda electoral no está solo. Hay otros que poseen luz propia, como Luis Bedoya Reyes, el líder pepecista que fue alcalde de Lima en los años sesenta y que demostró que la ironía en política es letal para dejar fuera de lugar al rival. Una señal de evolución de la inteligencia. Y es que allí está el detalle.
Nombres han habido, y varios. Solo apelo a los que mi memoria recoge de una infancia que también transcurrió viendo noticieros o programas semanales periodísticos. Figuras como Manuel Ulloa Elías, Presidente del Consejo de Ministros del segundo gobierno Fernando Belaunde, impactaban. Cara de flecha le decían, lo caricaturizaban en Monos y Monadas. Sin embargo, nadie negaba su jerarquía.
Igual pasaba con otros líderes de esos tiempos, Alfonso Barrantes Lingán, por ejemplo, disponía de una natural calma para pensar y soltar el dardo de manera precisa. Pero ojo, siempre con nivel y preservando su jerarquía política. Ahora quizás solo sean recuerdos, evocaciones nostálgicas de un mundo que ya no existe. Pero las comparaciones son inevitables, sobre todo cuando uno escucha a congresistas incapaces de poder construir una línea argumentativa razonable. O cuando se le escucha al presidente Ollanta Humala exigir no bajar el nivel en una entrevista cuando se le pregunta por Martín Belaunde Lossio, su ex colaborador de campaña, su ex amigo. Hoy prófugo de la justicia. Es en esos momentos que uno piensa en qué momento llegaron los bárbaros.
Por Manuel Eráusquin
(07 – Ene – 2015)
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